Ahí estaba él, esperándote a su manera del otro lado de la panza, aunque a la vista del mundo parecía ausente, aunque no fuera el protagonista.
Ahí estaba él, un sábado por la tarde con los clavos y el martillo armando la cuna. Ahí estaba él, hablando con el obstetra y dejándole bien en claro que si resultaba en cesárea quería contacto piel a piel contigo. Ahí estaba él, juntando cada centavo para tu llegada, trabajando horas extra. Ahí estaba él, haciendo masajes, besando la panza, con el corazón a mil en cada ecografía.
Ahí estaba él, contando el intervalo de las contracciones, tratando de ocultar su nerviosismo con una sonrisa quebrada.
Ahí estaba él, petrificado y temeroso al ver como su compañera totalmente entregada arriesgaba su propia vida y empeñaba su propio cuerpo para traer al mundo ese nuevo ser que llegaría para cambiarlo todo.
Ahí están el, cortando el cordón, llorando con una emoción que jamás había saboreado, protagonizando aquel momento místico en el que dos almas se aferraron a una nueva.
Ahí estaba él, permitiéndose abrazar todas esas nuevas emociones, acompañando con el desasosiego de no tener muy claro cómo.
Este momento es tan privado, tan mágico, tan único, que les aconsejo planificarlo para darse el adecuado espacio de conexión, libres de preocupaciones, libres de compromisos sociales.
Vívanlo, saboréenlo, disfrútenlo a corazón abierto.
Ana Acosta Rodríguez, Mamá Minimalistas
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