1- He traído al mundo un hijo que no es mío. No me pertenece. Lo entrego a la vida.

2- No ha venido a cumplir mis sueños o truncados, ni los de mi árbol genealógico, sino los suyos propios.

3- Lo crío con afecto, sin dejar de ser yo misma, sin adicción al sacrificio, sino con responsabilidad y desde la libertad.

4- Soy lo suficientemente humilde y consciente para pedirle perdón cuando me equivoco en mi crianza.

5- Me doy cuenta que la mejor manera de enseñar es siendo ejemplo vivo.

6- No lo presiono a caminar, a hablar, a comer, a dejar el pañal porque comprendo que su desarrollo requiere tiempo y paciencia. En este mundo de tiempos líquidos es vital escuchar a la naturaleza que sabia es.

7- Lo amo sin condiciones, sin expectativas, sin sometimientos. Lo amo por lo que es y no por lo que hace.

8- Respeto sus elecciones, aunque no sigan el camino que mentalmente trace para su vida. Confío en su criterio, lo apoyo en las buenas y en las malas.

9- Dejo que mi hijo/a cometa errores, que se caiga, que no sea perfecto/a. Comprendo que cada fracaso es un cambio de camino y con ellos se crece cada día; si lo protejo demasiado lo asfixiaré, no le daré la oportunidad de experimentar y aprender de sus desaciertos.

10- No etiqueto a mi hijo/a (“es tranquilo”, “eres nerviosa”, “es blandito”, “es mandona”…), porque entiendo que los niños se forman su autoconcepto a partir de lo que sus padres dicen de él. Le transmito que dentro de él o de ella están todas las posibilidades del ser, lo es todo en potencia.

Ana Acosta Rodriguez & Alejandro Jodorowsky

Foto: Carolina Rechy Photography